La moneda es el instrumento utilizado por el hombre para comerciar, para redimir pecados, para pagar rescates, para delinquir… Las monedas no sólo han sido -y son- el habitual instrumento aceptado como unidad de cuenta, medida de valor y medio de pago, pero es además, un fiel testigo de las peculiaridades económicas, políticas, religiosas y estéticas de la época y de la cultura a la que pertenecen.
En otras épocas los monarcas eran los encargados de controlar la emisión y diseño de la moneda, que a menudo plasmaba con la imagen iconográfica el mensaje propagandístico, político o religioso que interesaba difundir entre el pueblo, sin embargo, en varias oportunidades o mas específicamente, cuando convenía, la iconografía se ponía al servicio del marketing (una disciplina tan antigua como la humanidad), para adaptarla a los intereses económicos.
De esta manera, se realizaban relaciones comerciales que de otra forma hubieran sido imposibles de conseguir, un ejemplo claro es, cuando a los cristianos les interesó establecer relaciones comerciales con los musulmanes acuñaron monedas que copiaban su escritura, símbolos y motivos, y así evitaron ser rechazados.
La simbología, no obstante, no atendía solo a la cultura, sino también a los territorios que formaban parte de una misma cultura. Por ejemplo, si un día está de suerte y se encuentra enterrada una moneda con una flor grabada, sabrá que seguramente ha encontrado una moneda medieval de Florencia, en cambio si en lugar de una flor lleva dibujada una puerta, es muy probable que se trate de un hallazgo procedente de Génova.
Los grabados en las monedas adquirieron tanta importancia, que en diversos reinos se puso de moda copiar los diseños de algunas de las monedas más prestigiosas del Mediterráneo: el gran tornés francés, el florín de Florencia y el ducado de Venecia, a lo que estas réplicas casi exactas empezaron a proliferar por todas partes como moneda oficial de reino.
Por aquella época las monedas eran fabricadas a golpe de martillo sobre unos cuños, un tipo de troquel cuyo extremo tenía dibujado aquello que se quería marcar en la moneda. El dibujo, escudo, inicial o rostro grabado era decisión del monarca, que con un decreto monetario especificaba el contenido e incluía un boceto.
A veces, sin embargo, en el territorio escaseaban las minas para obtener el mineral con que se acuñaban las monedas y la solución que aplicaban era la fundición de objetos de plata o de oro, como candelabros, para obtener la materia prima necesaria.
Aún así, la historia ha demostrado que la falta de minerales y materiales, no ha frenado el protagonismo de la moneda en el comercio, ni en la vida cotidiana de las personas, así como tampoco su uso fraudulento.
Ya en la Edad Media era común la falsificación del dinero y durante muchos siglos fue habitual recortar los bordes de las monedas para después vender los trocitos de plata o de oro. Aunque se arriesgaban a ser condenados a muerte, la práctica llegó a ser tan extendida que obligó a los reinados de algunas épocas a idear sistemas para combatirla, como es el caso de la balanza de monedas para confirmar la autenticidad a través del peso.
Por cierto para los grandes cálculos (y a falta de las máquinas que tanto nos han simplificado la vida) se utilizaba el sistema del ábaco, ya fuera en una cuadrícula de papel (ayudados de semillas o piedras), o bien con los jetones, que eran fichas parecidas a las monedas, tanto, que los falsificadores las bañaban en oro o plata para hacerlas pasar por dinero.
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